No es que yo sea negativo, ni
pesimista, o como me gritaron el otro día desde un balcón: "La peor plaga
que azotó este barrio." Palabras que hieren, la verdad. Y que me parece
que no me merezco.
A ver. Yo entiendo que seas una
persona con limitaciones mentales, que no sabe comportarse. Y que el encierro,
producto de la situación actual que todos -y lo repito por si no queda lo
suficientemente claro- TODOS estamos viviendo, tal vez te esté afectando un
poco más que a los demás.
Haciendo que todas tus cualidades y características
de subnormal se potencien.
Y sé perfectamente que enojarme con
vos, y preguntarte por qué elegís adoptar estos comportamientos tan primitivos
es totalmente inútil. No tendría ningún sentido. Es como preguntarle a un mono
porque le gusta andar colgado de los arboles, saltando de un lado al otro.
Supongo que se debe al instinto del animal. Algo lo debe motivar a subirse al
árbol y quedarse ahí arriba, colgado de una rama. Entonces, así como el mono
actúa por instinto, supongo que mi vecino también es un pelotudo por instinto.
Y si bien sé que preguntarle por qué es así, no me va a llevar a ningún lado,
lo hago igual. Porque supongo que a mí también me mueve el instinto. Mi instinto
de curiosidad. ¿Por qué es así este hombre?
Resulta que el otro día estaba yo
muy tranquilo en mi casa, cumpliendo con el aislamiento social, como
corresponde. De hecho soy tan buen ciudadano que lo vengo haciendo hace años.
Como si hubiese estado entrenando arduamente para este momento. Instinto de supervivencia,
llamémosle.
Como le decía, estaba en mi casa,
serían entre las diez y once de la noche, cuando de repente escucho que alguien
se pone a cantar la Marcha Peronista. Si, aquella marcha partidaria que por
alguna razón de un tiempo a esta parte la gente piensa que es una buena idea
ponerla en los cumpleaños. Como si el hecho de tener que fumarse un cumpleaños
per se, no fuese suficiente castigo.
La cosa es que ahora se ve que
también es una buena alternativa para pasar la pandemia.
A todo esto, a este ser tan
agradable de la vida se le sumó una señora que todos los días -sin excepción-
se pone a cantar el himno nacional.
Para lo que no lo sepan, acá en
Argentina, los ciudadanos adoptaron la misma modalidad que en otros países
(creo que la cosa empezó en Italia y España) de aplaudir masivamente desde los
balcones para honrar y hacer un pequeño tributo al esfuerzo y sacrificio de
nuestros médicos. Si, los mismos médicos a los cuales después, la gente que los
aplaude, va hasta la casa a dejarle notas para pedirle de la manera más
políticamente correcta que por favor junten todas sus cosas y se vayan a vivir
a otra parte, porque si no les van a prender fuego la casa. Obviamente que esto
no lo hacen porque sean una manga de hipócritas repugnantes, sino para
resguardar la seguridad del barrio y los vecinos. Solidaridad argentina en su
máxima expresión, señores.
No me gusta hacer recurrir a las
suposiciones, pero estoy seguro de que esta persona que aplaude a los médicos y
después les pide que se vaya -porque está todo bien con los aplausos y el valor
por el trabajo ajeno mientras no vivas en mi edificio y me quieras contagiar a
mí, maldito cerdo infectado- es el mismo boludo que sale a la calle con el
barbijo y se deja la nariz destapada.
O como la señora que me encontré el
otro día en el supermercado que está a una cuadra de mi casa, y que cuando
estaba haciendo la fila me pidió por favor si no me podía alejar todavía un
poco más. De más está decir que yo estaba respetando el metro y medio de
distancia, porque al margen de que últimamente en cada supermercado hay una
puta línea para marcar la proximidad que debe haber entre dos personas, pienso
que para salir de una situación crítica lo primero que hay que hacer es cumplir
con las medidas básicas.
Y si bien no soy tan bueno como las
personas que todos los días aplauden religiosamente a los médicos desde sus
balcones (que al mismo tiempo tienen preparado a un costadito un par de bombas
molotov, ya saben, por las dudas) no me gusta ser un mal llevado. Pero tengo
mis límites. Entonces la miro bien a la señora, y con la voz apenas camuflada
por el barbijo le digo:
-Señora, perdón, con todo respeto le
digo: ¿Usted cuántos años tiene?
-Yo tengo setenta y ocho años.
Justamente por eso te pido que te alejes un poco más, no te lo dije para que te
ofendas.
-No, es que a mí no me ofende su
petición personal. Lo que me ofende es la estupidez de la gente, señora. Porque
digo "la pucha" al final parece que nos merecemos este maldito virus.
Tal vez, el propósito de su existencia sea justamente limpiar la faz de la
tierra de gente de mierda y egoísta que solo piensa en su culo. Como usted. Que
tiene como cien años, y en lugar de cumplir con las medidas que dictaminaron
para la gente mayor, de tener quedarse encerradas en sus casas adentro de un
sarcófago ( o algo así) se la pasan jodiendo en la calle y quieren que uno tome
diez cuadras de distancia para sentirse más seguras. ¿Quiere sentirse más segura
señora? Quédese en su casa. Quédese en su casa a esperar lo inevitable. Y
agradezca que todavía sigue viva.
La señora, así como estaba, dejó las
cosas en una góndola que tenía al costado y salió del supermercado. Con una
velocidad que pocas veces vi en personas de esa edad.
Que se yo. Si tengo que sacar algo
bueno de todo esto, al menos puedo decir que logré hacer recapacitar a esa
señora para que se quede en su casa y cumpla con la cuarentena como
corresponde. Ya que en definitiva, aquellas palabras que le dije, si bien a
simple vista puede que resultaran un tanto fuertes, no duden de que lo hice por
su bien.