Gilberto continuaba llamando de manera desesperada al cadáver de su novia.
Que de a poco comenzaba
enfriarse bajo aquel oscuro cielo, y una luna, blanca como la nieve misma. La
cuál parecía estar observando la escena con tristeza.
Pero era evidente que no nos
podíamos quedar ahí. Algo teníamos que hacer. Yo me arrimo hacia donde se
encontraba mi amigo, aún abrazado al cuerpo de esta muchacha, y poniéndole
delicadamente una mano sobre el hombro le digo:
-Gilberto, ya está. Se fue.
No podemos hacer nada.
-Pero, ¿Cómo fue que pasó
esto W? -me pregunta mi amigo. ¿Acaso era idiota?
-Bueno, mirá, no seré un
experto forense pero juzgar por la posición del cuerpo, así todo despatarrado,
yo diría que se resbaló con esa cascara de banana y acto seguido se desnucó.
-No me refiero a eso. -explica
Gilberto entre llantos- ¿A lo que voy es porque tuvo que pasar esto?
-Eso no lo sé. Lo que sí
se Gilberto, es que ahora tenemos que pensar que vamos a hacer.
-¿Cómo que vamos hacer? Hay
llamar a la policía. Esto…esto fue accidente…un accidente horrible…-otra vez
los llantos- ¡Ay, MÍ LUCRE! ¿POR QUÉ? ¿POR QUEEEÉ?
Sí. Lo mismo me preguntaba
yo.
O sea, todo bien con que
llore sobre mi hombro. Pero hubiese preferido que no me ensuciara la camisa con
sus lágrimas y mocos. ¿Acaso este hombre no sabía lo cara que estaba la
lavandería?
De todas maneras, en una
cosa estaba en lo cierto. Algo había que hacer.
-Entiendo lo que decís pero
bueno, hay que ver si la policía piensa lo mismo. ¿Vos me entendes, ¿no?
-No, no entiendo para nada. ¿Qué
es lo que querés decir?
-Y que Lucrecia se muere al
resbalarse con una cascara de banana. Una cascara de banana que era tuya, ¿me
explico? Esa banana en el caso de que haya un juicio va a ser considerada el
arma homicida.
-Pero lo que estás diciendo
no tiene ningún sentido. A parte, el que arrojó la cascara al suelo fuiste vos.
-Si. Sí, a ver. Vuelvo a lo
mismo. Yo no estoy negando los hechos y es más, puede que hasta tenga algo de
culpa en todo este lio.
-¿Algo de culpa? Pero
si todo esto lo causaste vos. ¡Yo ni siquiera quería venir! Quería esperar a
que las cosas se calmaran para hablar más tranquilos…y después empezaste con
que tenías hambre y te tuve que dar esa banana…y ahora…y ahora Lucrecia está…¡AY
MI LUCRECISITA NO! ¡¿POR QUÉ?!
¿Hasta cuando iba a seguir
llorando este pelotudo? ¿No ve que había trabajo por hacer?
-Me parece Gilberto que te
la estás agarrando con la persona equivocada. La única persona que puede
ayudarte a salir de este problema en el que estás metido. Metido hasta el
cuello, de hecho.
-¡Pero si yo no hice nada!
-Bueno Gilberto, eso se lo
vas a tener que explicar a la policía. Porque te recuerdo que la banana la
compraste vos, si analizan el ticket de compra van saber en dónde y quien la
compró. El verdulero claramente no va querer quedar pegado y seguramente va a
declarar en tu contra. ¿Nunca jugaste Ace Attorney?
-No…¡NO! -grita mi amigo
desesperado. Y sí. Era entendible. ¿Cómo puede ser que no conociera los Ace
Attorney?
-Bueno mirá Gilberto, no te
preocupes. Justo tengo el primero descargado en el celular. Dame un toque que
lo pongo y te mues-
-¡No, no me refiero a eso!
¿Podés pararla con ese jueguito? ¿Cómo que declarar en mi contra? Pero si
yo…pero si…¡Yo no hice nada!
-Eso se lo vas a tener que
explicar al fiscal. Porque una vez que tenga el análisis de la banana, va a
determinar que la misma fue comprada de forma premeditada con el fin de tirarla
en el medio de la calle, aprovechando la oscuridad, para que esta piba se
resbale y se rompa el marulo. Esto lo van a calificar como crimen pasional. De
acá a la China te digo. Es más, ¡Ahora que lo pienso yo capaz hasta termino
metido como cómplice! ¡Mirá el quilombo que armaste Gilberto! Todo por no
esperar unos días para hablar con esta infeliz cuando estuviesen más
tranquilos.
-Pero si vos me insististe
para venir.
-Si bueno, pero tampoco es
que te puse un revolver en la cabeza. A ver Gilberto, al final voy a tener que
pensar que es como dice tu mamá, que te dejás manipular por cualquiera.
Gilberto ya no pensaba con
claridad. La ansiedad, los nervios, y sobre todo el miedo, se habían apoderado
de él. Y no lo culpo. Si lo atrapaban, de seguro iba a ser declarado culpable
de homicidio culposo, agravado por el vínculo y encima por arrojar basura en la
vía pública. Porque si bien él no había tirado la cascara de banana, el ticket
estaba a su nombre.
Entre todos estos delitos,
yo creo que iba a tener suerte si le daban menos de 30 años de cárcel.
Decí que por suerte me tenía
a mí: El sinónimo de la solución y la esperanza.
-No sé W, ¿Vos que decís que
hagamos entonces? Yo ya no puedo ni pensar, te juego.
Lo dice como si alguna vez
lo hubiese hecho.
-Bueno, no voy a mentir, la
situación es…más que desfavorable. Sin embargo, se me acaba de ocurrir un plan.
Que si lo ejecutamos de forma correcta, puede que salgas de esta. Pero te
advierto que es un plan preciso que no contempla ni el más mínimo error.
-¿Y que tenemos que hacer?
-Tenemos que desaparecer el
cadáver.
En un principio debo admitir
que me costó mucho trabajo hacer que Gilberto cooperara. La idea de descartar
el cuerpo de su amada no le había gustado ni medio.
“Sos un monstruo” me había dicho. Pero las vejaciones verbales hacia mi
persona no me importaban en lo absoluto. Que diga lo que quiera. Además, es lo
que la propia Lucrecia hubiese querido. Dudo mucho que le hubiese gustado ver a
su novio pagar por un crimen que no cometió.
Lucrecia ahora se había
convertido en nuestra estrella guardiana. Es más, de seguro en estos momentos
se encontraba alentándonos desde el cielo. Mirándonos con una sonrisa y
haciendo pulgar arriba, al tiempo que yo hacía fuerza para meter su cuerpo dentro
del baúl del auto.
La verdad me hubiese gustado
ser más prolijo, pero entre el espacio reducido que tenía el baúl del auto
roñoso de Gilberto y las…eh, dimensiones de esta chica, estaba complicado meter
el cuerpo. Por lo que miro a mí amigo y le digo:
-¿Che no tendrás una cierra?
Porque de última le cortamos una napier para que entre mas fácil.
En lugar de responderme, el
flojo de mi amigo se va hasta un árbol y se pone a vomitar. Como si nos sobrara
el tiempo. ¿No se daba cuenta que estaba haciendo todo esto por él? Que desconsiderado.
Al final, con un poco de
maña, me las arreglé para meter el cuerpo en el baúl. Muy a la fuerza igual.
Como cuando haces las comprar de Noche Buena y te falta meter el lechón que
compraste a último momento en el mercado central. Entonces no te queda otra que
apretujarlo entre las demás bolsas.
Bueno una cosa así.
Después de eso, nos subimos
al auto y le digo a mí amigo que empezara a conducir en dirección a la ruta. A
ver si encontrábamos algún descampado, o un barranco si teníamos algo de
suerte, para dejar el cuerpo por ahí y bueno, terminar con esto.
A mí particularmente me
gustaría volver a mí casa no tan tarde, porque aprovechando que era sábado, al
día siguiente quería ir a la Feria del Libro.
Entonces bueno, seguíamos en
el auto. Gilberto manejaba.
Le pregunté si no podíamos
parar en una heladería para relajar un poco. Pero me dijo que no. La verdad, su
actitud de mierda comenzaba a molestarme. Yo le estaba poniendo toda la buena
onda y el tipo seguía enculado. Uno diría, “¡La pucha, ni que se hubiera
muerto él para tener esa cara!”
Adentrándonos en la ruta, le
digo a Gilberto que trate de conducir un poco más rápido. Un auto a estas
horas, atravesando la oscura e inhóspita carretera no iba a hacer otra más que
llamar la atención.
-Che, Gilberto, ¿que le
querés sacar foto al paisaje que vas tan lento?
-Dejáme querés, voy a la
velocidad que puedo.
-Y cambiá esa cara. A ver,
no habrá sido el final ideal, pero mal que mal pude resolver tu problema.
- ¿Pero como me decís una
cosa así? ¿Resolver qué, a ver? Solo espero que donde sea que esté Lucrecia me
pueda perdonar.
-Está atrás Lucrecia,
Gilberto. Apretujada como si fuese una pieza de Tetris, pero está.
*sollozos*
-No, bueno che, ¡Pará! no te
me pongas así. A lo que voy es: vos con esta chica tenías una relación
conflictiva. Con Lucrecia, digo, que en paz descanse. Si no era por una
cosa o por otra siempre estaban a las patadas. Y bueno, ya ese problema
desapareció. Por eso digo que el problema de pareja ya no lo vas a tener más
porque…¡Bueno, no tenés más pareja! ¿Me estás escuchando, Gilberto? Dejá
de llorar y mira para adelante que vamos a chocar. Mirá, ¿sabés lo que vamos a
hacer? Mañana te descargo Tinder. Te conseguís una buena pendeja y vas a ver
que en menos de una semana no te vas a acordar ni de cómo se llamaba el fiambre
este que está acá atrás. Que en paz de canse -digo al tiempo que hago la señal
de la cruz. El respero por los muertos ante todo.
-¿Me hacés un favor? ¿Te
podés callar de una vez? ¡No te soporto más!
-Bueno, Gilberto, no te la
agarres conmigo. Yo lo único que quiero es que seas feliz.
En ese momento Gilberto pisa
fuertemente el acelerador.
Para bien o para mal, se ve
que mis palabras lo habían motivado y pronto comenzamos a tomar velocidad.
-Todo esto es mi culpa.
¿Quién me manda a mí a pedirte consejos a vos? Mamá tiene razón, soy un boludo
que se deja manipular por cualquiera. ¡Mirá donde estoy ahora!
-Sos un desagradecido
Gilberto. ¿Sabés que? La próxima vez que tengas un problema amoroso, mas vale
pedile ayuda a otro.
De pronto y de la nada
misma, comienza a escucharse el inconfundible sonido de una sirena.
-¿Do-do-W y ese ruido? ¿Q-qué
es ese ruido?
-Me parece que es la
policía. Esto claramente es un problema ¡Ahora nos van a multar por exceso de
velocidad!
-¿Pero vos me estás cargando?
¿No te parece que tenemos un problema un poquito más grave?
-¿Eh? Ah, ¿por Lucrecia
decís? No pasa nada. Vos déjame a mí que esto lo arreglo en dos patadas.
El patrullero de pronto casi
que se nos pega al lado y el oficial que conducía comienza a hacer señas para
detener el vehículo. Seguramente, un auto en la carretera a esta hora le habrá
llamado la atención. Por lo que lo más probable era que quisiera revisar
nuestra documentación junto con los papeles del auto. Todo estaba bajo
control.
-No, W. ¿Y ahora que
hacemos? Yo me quiero morir. ¡No sé que pasó pero de un momento al otro toda mi
vida se fue al carajo! ¡Y lo de Lucre! ¡Ay todavía no lo puedo creer! ¿Por qué
Dios? ¿Por qué?
-Gilberto, tranquilízate,
querés. Así lo único que vas a conseguir es exponernos a los dos. Vos dejá, que
yo hablo.
-¿Estás seguro?
-Vos confía. El otro día
justo estuve haciendo un curso por Youtube sobre persuasión y manipulación
social. Que sirve para salir libre de cualquier tipo de situación, por más
comprometedora que sea. Es un trabajo fino, que requiere de mucha astucia. Vos
prestá atención.
Si les tengo que ser franco,
ese era el Plan B. El plan original, que por cierto a mí particularmente me
parecía mucho más efectivo, consistía en desvestirme y salir corriendo en
pelotas del auto en dirección al policía. Al tiempo que agitaba los brazos como
pidiendo ayuda, al grito de:
“¡Auxilio oficial, mi amigo
me trajo acá engañado y ahora me quiere violar!”
Pero qué se yo, me pareció
que no iba a hacer a tiempo de sacarme los pantalones, así qué terminé optando
por el plan B. Que, dentro de todo, tampoco estaba taaaan mal.
-Buenas noches -nos dice el
policía. Cuyos aires de desconfianza ya se dejaban ver desde el vamos, cuando
apuntó con su linterna hacia el interior del auto. Como si esperara encontrar
algo fuera de lo común.
Je. Idiota.
Yo le contesto el saludo en un
tono formal. Aunque bueno, tampoco tan formal porque eso podía llegar a ser
contraproducente.
Y acá nosotros con mi amigo
no teníamos nada que esconder. Nada fuera de lo ordinario. Teníamos un cadáver
en el baúl del auto, producto de… ¡Bueno! Un desafortunado accidente. Y lo que
estábamos haciendo era simplemente buscando algún adecuado para darle cristiana
sepultura. Es más, miren lo buenos que seríamos que no le avisamos a la policía
justamente para evitarles todo papelerío que conllevaría tener que lidiar con
un cuerpo. Más siendo viernes a la noche. Que es un día para descansar.
El policía nos pregunta en
un tono frío, casi demandante, hacia donde nos dirigíamos. A lo que yo, muy
serenamente le respondo que a visitar a un amigo.
El oficial hace una mueca de
incredulidad y mirando su reloj nos dice:
-Pero… ¿a esta hora? Son más
de la cuatro de la mañana.
-Si, bueno, es que queríamos
salir temprano así pasábamos por la panadería y comprábamos unos churros.
-¿Churros? ¿Qué tipo de
churros?
-Esos que vienen bañados en
chocolate. Que por lo general son los primeros que se terminan. Por eso más
vale salir con tiempo.
-Ah, puede ser. Porque ahora
que me dice los domingos que por lo general estoy libre y quiero ir a la
panadería para comprar churros, nunca encuentro.
-Claro, por eso. Es todo un
tema.
Mientras yo intentaba
mantener una conversación casual con el oficial de policía para mantenerlo
distraído, Gilberto no hacía otra cosa que estar con la cabeza hacia abajo. Es
más, estoy seguro que de haber podido hubiese cavado un poso para esconderse y
no volver a salir. El muy cagón.
-Bueno, entonces a partir de
ahora lo voy a tener en cuenta -nos dice el oficial con entusiasmo. Los churros
bañados en chocolate le deben de gustar mucho. ¿Y a quien no?
-Y hace bien oficial. Hace
bien -replico en un tono cómplice. Esto estaba saliendo mejor de lo que
esperaba.
El oficial suelta una
carcajada en señal de aprobación, aunque muy a mi pesar, no tarda en retomar la
seriedad.
-Ahora -comienza diciendo-
por más churros de chocolate que sean, que son riquísimos no lo voy a negar, ¿No
les parece que estaban yendo demasiado rápido?
-Ah, eso oficial. Sí, déjeme
que le explique. Lo que pasa que mi amigo, que acá usted ahora lo ve callado,
hace un rato medio que tuvo una discusión con la novia.
-Ah, mire usted. ¿Y qué tipo
de discusión? Si se puede saber.
-Bueno, nada fuera de lo
común…a ver oficial, ¿Usted tiene pareja?
-Felizmente casado hace ya
ocho años -contesta el oficial con orgullo. Yo mientras tanto, al día de hoy
sigo preguntándome que le ven de divertido a casarse. Todos los días levantarse
y ver a la misma persona acostada al lado tuyo. Todo para que después, al
llegar a tu casa los dos se sienten a charlar sobre que hizo cada durante el
día. Sí, yo me partí el culo trabajando y ella lavó los platos para luego tirarse
en el sillón y pasar el resto de la tarde viendo programas de chimentos. ¡Guau!
¡Que emocionante que es la vida de casados!
Pero bueno, volviendo a lo
importante, en estos momentos no podía hacer otra cosa mas que seguirle el juego
al oficial.
-¿Ocho años? ¡Un montón! -le
digo con un (no tan) fingido asombro. Digo, hay que estar ocho años aguantando a
una misma persona todos los días. Yo creo que preferiría estar muerto.
Al pensar en eso, no pude
evitar sentir un poco de sana envidia por Lucrecia.
-Y si, sí. -dice el oficial en
un tono que detonaba orgullo y algo de vergüenza. Si bien estaba oscuro, juraría
que se había sonrojado. - Bueno, es que es una relación construida con esfuerzo
a base de mutuo apoyo e ir superando las adversidades juntos.
-Claro, claro. Si, entiendo.
Que lindo. Pero bueno, entonces con más razón entiende a lo que voy ¿no? En
ocho años de relación seguramente habrá habido una o dos discusiones fuertes.
-Ah, si, por supuesto, por
supuesto. Las peleas son algo normal en cualquier pareja.
-Y con más razón, oficial. No
me va a decir que en todo este tiempo nunca le metió uno o dos tortazos a su
mujer cuando le rompió mucho las pelotas.
-Y…para que te voy a mentir.
Es que a veces la Gladys se me pone medio intensa y bueno, uno actúa como
hombre.
-Es que a eso voy oficial. A
eso voy.
-Pero, ¿usted que me quiere
decir con todo esto? ¿Acaso su amigo le pegó a la novia? Mire que eso es un delito.
-¡No, oficial! ¡Pero por
favor, nada que ver! Habrá sido una discusión donde apenas se levantó un poco
el nivel de voz.
-Ah, menos mal, ¿pero la
novia de su amigo está bien entonces?
-Sí, sí, obvio, ¿o no
Gilberto? Decile al oficial.
-S-sí. E-e-está bien.
-¿Vio oficial? No hay nada
de qué preocuparse. Le aseguro que en estos momentos la novia de mi amigo se
encuentra descansando en paz en su casa. Viva, por supuesto.
-Ah bueno, entonces no les
saco más tiempo. Vayan tranquilos nomás, no vaya a ser cosa que se queden sin
churros por mi culpa.
Después de estar charlando
un rato con el oficial (la verdad que gracias a mí, una ceda la conversación)
con Gilberto seguimos nuestro camino. Hasta yo mismo quedé impresionado por mis
habilidades de negociación. Tal vez suene algo soberbio, pero a veces me
preguntaba cómo es posible que una persona pudiese ser tan perfecta y bondadosa.
Era un don que tenía. Un
extraño poder que debió haberme sido otorgado al momento de nacer. Cuando Dios
puso sobre mis hombros la ardua tarea de guiar a la humanidad hacia el camino
de la salvación. Sí, seguramente debía ser eso.
Conducimos un rato más hasta
que finalmente llegamos a un lugar al que yo consideré como apropiado para
hacer nuestra…gestión de descarga. Una especie de barranco que había al
costado de la ruta y que daba a una especie de riachuelo.
Paramos el coche, giro en
dirección a mí amigo y mirándolo a los ojos le digo:
-Es acá.
-¿Acá? ¿Pero no dijiste que
la íbamos a enterrar?
-Bueno en principio había
pensado eso, sí. Pero primero que no tenemos los elementos apropiados. Vos ni
una pala llevás en ese baúl. Y segundo que dentro de poco ya va a salir el sol.
A parte quiero volver a casa a ver si duermo algo porque estoy muerto, te digo.
Rayos. No debí haber
utilizado esa palabra.
-¡Ay, Lucrecia! ¿Cómo pudo
pasar algo así? ¡Dios, todavía no me lo explico!
-Bueno Gilberto, no es para
tanto. A ver, vamos bajando que hay que sacarla todavía.
-No, pero es que ni siquiera
la voy a poder enterrar, ¿Entendés? Ella no se merecía esto. Ella…ella era un
ser de luz. Mí ser de luz. Mí ángel.
Mas que ángel yo diría una gárgola,
pero bueno, lo que sea con tal de terminar con esto.
-No, sí, me imagino.
La verdad que este pelotudo
ya me estaba sacando de quicio. Además, como me rompe soberanamente los huevos
cuando la gente me sale con esa cursilería barata de “los seres de luz”. No
entiendo que es lo quieren decir. Porque yo cada vez que escucho eso me imagino
a una persona con una lampara de 90 watts metida en el culo.
La cosa es que abrimos el
baúl y ahí estaba Lucrecia. Aún con aquella mirada estremecedora, casi
horrorizada. Como si sus ojos se hubiesen apagado en el momento justo que su
pie se posó sobre la cascara de banana y lo último que llegó a pensar fue “uy,
soy boleta”. Con los rasgos de la cara torcidos y la lengua hacia afuera. Pero
bueno, sacando todo eso se la veía en paz. Casi como si estuviese sumida en un
profundo sueño. O en una pesadilla con Freddy Krueger.
Le digo a Gilberto que la
agarre de la cabeza mientras yo la tomaba de las patas. Y así la llevamos hasta
el borde de la ruta.
-Bueno, a la cuenta de tres -le
digo a mí amigo. Sin embargo, Gilberto no me escuchaba. Aparentemente otra vez
había entrado en uno de sus trances hasta que finalmente se pone a llorar. De
nuevo. En serio, ya me tenía cansado este pelotudo.
-No puedo, W. Perdonáme pero
no puedo. Tirarla acá. No, no creo que sea la manera.
-Gilberto, a ver si confías
un poco más en mí. A parte, ¿de verdad pensabas enterrarla? Si hasta donde sé
Lucrecia estaba en contra de la tala de árboles. ¿No había participado incluso
en varias manifestaciones a favor del medioambiente y proteger los derechos de
los árboles? Yo creo que tenes que dejar de pensar tanto en vos y pensar un
poco más en ella. En tu novia. En tu chica. ¿Vos pensás que la hubiese hecho
feliz estar dentro de un cajón de pino? ¿Y sacrificar un arbolito?
Creéme. Ella va a estar
mejor sabiendo que la dejamos acá, tirada en este riachuelo. Que a fin de
cuenta era su lugar. Entre toda esta basura…eh, digo, entre toda esta
naturaleza. Si bueno, con alguna que otra botella de plástico y algún desecho
tóxico, más todas las bacterias que indudablemente se fueron acumulando a raíz
de la roña que hace la gente. Pero entre la naturaleza al fin y al cabo.
-Sí, amigo, tenés razón.
Perdonáme. Otra vez perdí los estribos.
Así fue como después de
llevar a cabo la tarea casi titánica de convencer a Gilberto, entre los dos
agarramos el cuerpo de Lucrecia, y justo cuando estábamos por tirarla hacia el
otro lado del barranco, un rayo de luz nos da directo en la cara. Un poco mas y
me deja ciego, por lo que rápidamente solté a Lucrecio y me llevé las manos al
rostro para protegerme.
En ese momento se escucha de
la voz de un hombre, que resonó con autoridad en el medio de la noche.
-¡Alto, policía!
Efectivamente se trataba del
policía con el que nos habíamos cruzado hace unos momentos y entonces ahí (con
un dolor inmenso en el alma) supe que la misión había fallado.
-Lo que hicieron es
imperdonable y les aseguro que van a pagar. ¡Mirá que usar algo tan noble y
puro como los churros para engañarme! Pero les digo una cosa, ¡A mí el churrazo
no me lo meten más! Porque este ya sería el quinto cadáver que pasan por mis narices,
¡Y yo sin darme cuenta! En la estación soy el hazme reír de todos. Es más, en
un momento empecé a pensar en que tal vez lo mejor sería que me dedicara a otra
cosa. Pero basta. Se terminó.
¡No si algo raro yo noté
cuando le vi la cara de infeliz a ese! Lo primero que se me vino a la mente
fue: “este mató a alguien y lo está carcomiendo la culpa”. Así que ahora se vienen
los dos a la comisaría conmigo.
Una vez dentro del
patrullero, esposado, humillado y con la amarga sensación de que había tocado
fondo, que mi vida se vino en picada, después de atravesar capas y capas de
desgracia, pesé que ya no podía sentirme peor de lo que estaba. Sin embargo,
fue en aquel momento donde la vida decide cagarse de risa de mí una vez más. Porque
ahora no solo me tenía que fumar al policía, alardeando sobre como lo iban a
ascender gracias a nuestro arresto, sino también a Gilberto. Que se vuelve a
quebrar y nuevamente le da una de sus crisis.
-¡Ay, W! ¿Por qué tuvo que
pasar esto? -me pregunta. Como si de repente se hubiese olvidado que nos
atraparon por su culpa-. ¿Y que va a pasar con nosotros ahora? Yo me quiero
morir. Sí, sí, me quiero morir. Así por lo menos voy a estar con Lucre.
-Estás exagerando Gilberto.
Que, ¿me vas a decir que nunca te llevaron arrestado en patrullero?
-No, chabón, ¿de que estás
hablando?
-Ah, después te acostumbrás.
Creeme. Para mi el patrullero ya es como viajar en Ubber. De todas las veces
que me arrestaron, digo. Obviamente siempre por razones equivocadas, ¿no? Lo
que pasa es que bueno, es tengo mala suerte. Como ahora.
-¡No, claro! ¡Si vos sos
siempre la víctima! ¿No? La culpa es siempre de la otra persona. ¡Hacete cargo por
lo menos una vez de las cagadas que te mandás!
-Y si Gilberto. Si el plan
venía como una ceda hasta que vos empezaste a hacerte el depresivo, poniendo
esa cara de perrito mojado, que te digo, te faltaba ponerte una remera que
dijera: “Maté a mi novia y ahora la tengo escondida en el baúl.” A ver, no te
digo que estés saltando en una pata…pero dale, hermano, le hubieses metido un poco
más de onda.
-¿Sabés qué? No te quiero
escuchar más. Ojalá me den cadena perpetua. ¡No! Eso no. ¡Que me den la pena de
muerte mejor!
-Yo tampoco quiero hablar
con vos. Es más, la próxima vez que necesites esconder un cadáver, ¡no cuentes
conmigo!
-Estás enfermo.
-Si jugársela hasta el final
por los amigos es una enfermedad, entonces sí. Estoy enfermo y no tengo cura.
-¡Che, che! ¡Mucho ruido ahí
atrás, eh! -nos grita de pronto el policía-. Hagan silencio, así de paso les
cuento la historia de como me alisté en la fuerza. Total, son como dos horas
hasta la comisaría así que tenemos tiempos.
-¿Dos horas? -preguntó atónito.
Si tenía que bancar al boludo de mi amigo llorando al lado mío la verdad prefería
que el oficial saque su arma y me pegue un tiro.
-Sí, dos horas. Pero vamos,
tampoco se me pongan así. Tan malo no soy, ¿saben? Antes de llegar a la
estación vamos a pasar por la panadería. Que tanto hablar de churros de
chocolate me dio hambre.
Bueno, podría ser peor -pensé, al tiempo que me relajaba y me acomodaba en el
asiento trasero del patrullero. Con los sollozos de Gilberto de fondo. Mientras
tanto el policía comenzó con su relato. Confieso que apenas si estaba
escuchando lo que decía. La promesa de los churros se había llevado toda mi
atención. Así que solo me limite a cerrar los ojos y sonreír. Al tiempo que imaginaba
como el chocolate del crujiente churro se deshacía en mi boca. Combinando su
sabor con el delicioso dulce de leche, bien calentito.
-Todo comenzó una tarde de
primavera…allá por el año 1982. Yo recién había empezado a salir con esta
chica. Sonia se llamaba. Ustedes no se dan una idea lo linda que era. Tenía
unos ojos verdes, como las hojas del verano, un cabello rubio que le caía por
los hombros como dos cascadas de oro derretido. ¡Y a parte de eso el culo! Ustedes
no se dan una idea el culo que tenía esta hembra: Redondo y duro como una
manzana.
Entonces, una tarde estábamos
los dos sentados mirando el atardecer en el césped, rodeado de margaritas,
cuando se me ocurrió agarrar la mano y metérsela en…
Sin que nos diéramos cuenta,
los primeros rayos de sol comenzaban a salir. Rayos que tímidamente se dejaban ver
en el despejado cielo azul. Y que, para mí, que miraba desde la ventana, me llenaron
de paz y esperanza. Y lo más importe: transmitían un claro mensaje.
Que sin importar lo horrible
que parezca una situación, siempre habrá un churro -bañado en chocolate-
esperando al final del camino para todos aquellos que estén dispuestos a creer.
El otro día salvé la relación
de un amigo – FIN
Epílogo:
Gilberto fue caratulado como
el autor material en el asesinado de su novia y declarado culpable. Recibiendo
una condena de cincuenta años de prisión.
A pesar de que W intentó ir
a verlo varias veces al penal de máxima seguridad, ubicado en una isla inhóspita y remota, Gilberto siempre se negó a
ver. Según W, debido a la vergüenza que sentía por ser un criminal y no ser
digno de mostrarse ante la presencia de un ser tan bueno como W. O eso dice él.
El policía que llevó a cabo el
arresto de Gilberto y W fue despedido ese mismo día porque cuando le
preguntaron por qué no rescató el cuerpo dijo que se olvidó. Que los churros sencillamente
se habían acaparado toda su atención.
Vale aclarar que cuando los
dos sospechosos alzaron las manos tras la orden del oficial, el cadáver cayó
por un barranco y acabó en poder de unas de ardillas.
Tras dos días de lucha y
negociaciones, la policía finalmente fue capaz de recuperar el cuerpo. Pero de
que la policía no se la llevó de arriba, se puede dar fe. Ya que las ardillas
dieron pelea y hasta dos oficiales resultaron heridos.
El lugar donde vivía Lucrecia
pasó a convertirse en un santuario turístico y la gente al día de hoy puede ir
y tomarse fotografías en la puerta. E incluso muchos llevan sus propias bananas
para recrear la escena y subir videos a Instagram y Tik-Tok.
En cuanto a W -que según sus
propias palabras- todavía se declara como la víctima indiscutida en este
incidente y quien se llevó la peor parte, tuvo que pagar una multa de seis
cientos cincuenta pesos por arrojar basura en la vía pública. Por lo que no pudo asistir a la Feria del libro porque se quedó sin plata para la entrada. Sin bien intentó "pedirle prestado unos pesos" a Gilberto, testigos que estuvieronn presentes en la comisaría asguran que como respuesta recibió una serie de reputeadas, entre otras maldiciones como "¡Te vas a pudrir en el peor de los infiernos basura!". Todo esto al tiempo dos guardias se lo llevaban a rastras a la celda.
Según declaraciones del propio W, cuando le preguntaron por los churros, dijo que estuvieron "zafaban" pero se quejó de que no estuviesen rellenos de dulce de leche.