domingo, 18 de septiembre de 2022

El otro día salvé la relación de mi amigo - Parte 3

 

La noche envolvía Buenos Aires.

 

Y a nosotros. Que viajábamos por una carretera prácticamente desierta. Apenas iluminada por las luces delanteras del auto destartalado de Gilberto.

Y tenía sentido. A esa hora la gente común, la gente normal, la gente que no carga con las mismas responsabilidades que yo llevo sobre los hombros, seguramente se encontraba en la calidez de sus hogares. Ya sea durmiendo, teniendo relaciones con sus amantes. O en su defecto matándose a pajas. Para así poder apagar las llamas de la soledad hasta finalmente conciliar el sueño.

 

Pero, claro, yo no podía darme ese lujo. Tenía que salvar a mi amigo.

 

-Che W, ¿de verdad te parece buena idea lo que estamos haciendo?

Dijo de pronto la insegura voz del idiota de Gilberto. Sí, yo lo podía querer mucho, pero tipo era idiota. Le faltaba iniciativa y poder de decisión. Para que se den una idea Gilberto es de esas personas que va al supermercado y no es capaz ni de comprar un detergente sin antes preguntarle a todos los empleados del local si la marca que eligió era buena.

 

-Te digo que sí Gilberto. Tenes que aprender a ser firme con las decisiones que tomás. Porque si no toda la vida vas a ser influenciado por la gente. Vos haceme caso y seguí manejando.

 

-Si, tenés razón. Disculpame.

 

-No, todo bien. Che, sabés que me empezó a doler el estómago. Me debe haber caído mal algo de lo que comí.

 

-Y, sí, puede, ser, comiste…comiste bastante. ¿Querés que paremos?

 

-No, no, es apenas una molestia. Pero bueno, cuando vuelva voy a ir a ver a un médico para que me revise y me diga bien que tengo.

 

-Y capaz que te va a convenir hacer eso.

 

-Che, Gilberto, ¿no tendrás algo para bajonear?

 

-¿Pero no decís que te duele el estómago?

 

-Si, bueno, pero me agarró hambre.

 

-Pero te acabás de comer un pollo vos solo.

 

-Si bueno, pero a ver ¿cómo es la cosa, Gilberto? ¿Ahora vos me vas a decir cuánto es lo que puedo comer?

 

-No, boludo, yo te lo digo por vos. Creo que en la guantera tengo algo de fruta. Mirá que ya estamos llegando, igual.

 

Al final mi amigo estaba haciendo un escándalo por nada, ya que lo único que tenía en la guantera del auto era una banana. No soy mucho de comer banana, pero la verdad que me había agarrado un hambre voraz, así que le entré igual.

Como había señalado Gilberto, unos momentos después llegamos a la puerta de la casa de Lucrecia. Nos estacionamos enfrente y bajamos. Yo todavía tenía la banana en la mano.

Por lo general, después de comer fruta inmediatamente de daban ganas de comer algo duce. Así que miré hacia los costados a ver si encontraba un kiosko abierto, para ver si compraba un chocolate, pero estaba todo cerrado. Mal que me pese.

 

-¿Y? ¿No vas a tocarle timbre? -le pregunto a Gilberto.

 

-Y…es que me da miedo. Mirá si se enoja.

 

-Pero, Gilberto, a ver, ¿Cómo es la cosa? ¿Quién tiene los pantalones puestos acá? ¿Vos o ella?

 

-Si, pero…

 

-A parte ¿Que es eso de tenerle miedo? ¿Desde cuándo nosotros le tenemos que tener miedo a ellas? Ellas son las que no tienen que tener miedo a nosotros. Siempre fue así y lo va a seguir siendo siempre. Te lo digo ahora, y grabátelo en la cabeza: el miedo es la base del éxito para cualquier tipo de relación. Después si querés puede venir el amor, el compañerismo y toda esa gansada. Pero si no tenés al miedo de tu lado, no tenés nada. En una relación uno rosa la cúspide de la perfección cuando levantas la mano para rascarte la cabeza y ella por las dudas se ataja pensando que le vas a meter un sopapo. ¿Me explico?

 

-No, si, yo entiendo a donde querés llegar y te agradezco todo lo que estás haciendo por mí, pero viste, me parece que no es la fo-

 

-¡Gah! ¿Sabés que Gilberto? Dejáme a mí, a ver, ¡correte!

 

La verdad que mi amigo me estaba exasperando. Yo me rompía el alma para salvar su patética relación amorosa y el tipo no era capaz de poner un chiquito de voluntad. Estaba seguro que si era por él, se quedaba viviendo de por vida debajo de la falda de la novia. Pero yo no lo iba a permitir. Revoleé la cascara de banana a la mierda y toqué el timbre.

 

RIIIINGG

 

“¡Bajá yegua!”, le grito también. Como para reforzar la gestión de negociación.

 

La novia de mi amigo no tardó mucho en responder. Y la prueba de esto fue cuando escuchamos su irritable voz de mujer desde el balcón.

 

-¿Gilberto? ¿Sos vos el que está gritando? -pregunta.

 

-Sí, sí, amor…soy yo, quería que hablemos un rato.

 

-Pero son las tres y media de la mañana Gilberto. A parte te dije que no quería hablar con vos. No, no, ahora yo voy a bajar, pero me vas a escuchar.

 

Tras oír esto mi amigo abre los ojos como platos y me mira, preso del pánico.

-¡No W! ¿Ves? Te dije que esto era una mala idea. Ahora se enojo y me va a empezar a gritar.

 

-Bueno, si quiere bajar, genial. ¿No es eso a lo que vinimos a fin y al cabo? Y vos tranquilo que el Escudo de la Justicia está de tu lado.

 

-¿Y dónde está ese escudo?

 

-Soy yo pelotudo.

 

Finalmente, Lucrecia hace acto de aparición.

 

Completamente desaliñada. Llevaba puesta una remera musculosa desgastada, que por debajo de las axilas le sobresalía una cantidad de pelo bastante considerable, al punto de que te podías hacer un par de trenzas si querías.

A parte de eso, unas chancletas que seguramente le habrán pertenecido a su bisabuela. Y la cara, bueno, un espanto. Llena de acné, dejada estar, como si no se la hubiese lavado por años. Y vos diras “bueno, es que seguramente estaba durmiendo”, pero que yo que la conozco te puedo asegurar que esta mina anda así las 24 horas de los 365 días del jodido año.

Y encima la panza que le colgaba. Pero no esa panza de decir: “Eh, mirá esa gorda de mierda”. No, era la típica panza de la cerveza. De estar todo el día echada en el sillón viendo Grey´s Anatomy. Que no es capaz siquiera de cuidar un poco su aspecto personal.

Hasta yo mismo muchas veces le he dicho: “Lucrecia, ¿por qué no te cuidas un poco? Más siendo mujer. A ver, no digo que te hagas una cirugía porque para arreglar esa cara tendrías que hacer un reset de fábrica. Pero por lo menos bañate hija de puta.”

 

Y bueno, se ve que se lo tomó a mal y me dijo que con su cuerpo ella hacía lo que quería. Ah, perdón, ella no dice cuerpo. Ahora dice “cuerpa”.

La cosa es que a partir de ese día me hizo la cruz. Muy errónea su actitud, realmente, ya que todo lo que quería era ayudarla a que se vea mejor.

Bueno, mejor dentro de lo que se podía, ¿no?

Y hoy encima estaba peor que nunca. Para que se den una idea, calentaba más el Toxic Avenger en camisón que esta mina.




Entonces, en un impulso que me salió del alma, agarro firmemente a Gilberto de los hombros y le digo: “¿Cómo haces para voltearte esto?”

 

-Bueno che, estoy enamorado. No empieces, dijiste que me ibas a ayudar.

 

-AH, NO ¿PUEDO SABER QUE HACE ESTE SER NEFASTO Y DETESTABLE EN LA PUERTA DE MI CASA?

 

-Dice que está enamorado y viene a recomponer la relación.

 

-Lo decía por vos, infeliz. ¿Me explicás esto Gilberto?

 

Mi amigo, bien de cagón y como era de esperarse, se queda sin palabras. Por lo que no me quedó otra que intervenir. ¿Acaso me iba a tocar hacer todo a mí esta noche?

 

-Mirá Lucrecia, disculpa que me meta, pero yo lo único que te voy a pedir es que si te vas a dirigir a mi persona lo hagas con el debido con respeto. Porque yo a vos te hablo con respeto, a pesar de que seas mujer.

 

Lucrecia decide ignorar mis palabras, ya que era una maleducada por supuesto.

 

-Eh, Gilberto. A ver. Es que…no sé ni por donde empezar. Antes que nada, te aclaro una cosa: Si vos querías arreglar las cosas conmigo ya te digo que empezaste mal apareciéndote en mi casa y encima con este tipo. Que de paso te pregunto ¿me decís que carajo hace con gafas oscuras a las tres de la mañana? Es un enfermo. ¿Así querés que nos arreglemos vos y yo?

 

-No, Lucre, es un amigo, estaba preocupado. Me vió mal y me quiso ayudar, nada más.

 

-¡Ay, Gilberto! Pero, contestame una cosa: ¿a vos te funciona bien la cabeza? ¿Como se te ocurre pensar siquiera que esta…persona…es capaz de hacer algo por alguien de manera desinteresada?

 

-Y…pero es la verdad gorda. Me está ayudando. En serio, es buen tipo W.

 

-¿Ayudando? A ver, mírame a la cara y decime que vos no le diste nada a cambio para que el venga con vos hasta acá.

 

En ese momento mi amigo se queda mudo. Tenía que admitirlo:

esto no se veía nada bien. A este paso mí amigo no solo iba a

terminar separándose, sino que capaz también iba a terminar ligando un par de cachetazos. ¿Quien sabía hasta donde estaba dispuesta a llegar esta loca?

Tenía que hacer algo. Sobre todo porque si Gilberto se separaba, con esa cara de salame recibido lo más probable era que pasaran 100 años antes de que otra mina le volviera a dar bola.

Y yo lo necesitaba en pareja. Quería que fuese feliz. A parte estando en pareja, iba a seguir teniendo estas peleítas de mierda. Lo cuál, significaba que de tanto en tanto me iba a venir a pedir algún consejo. Que a su vez significaba una o varias comidas gratis. Ah, se me hacía agua la boca con solo pensarlo.

Sí. Definitivamente Gilberto tenía que arreglarse con esta chica. Y si para eso debía convertirme en su cupido del destino, que así sea.

 

-Este…perdón que me meta de nuevo. Yo solo te quiero decir Lucrecia que si el problema soy yo, con tal de que mi amigo sea feliz, estoy dispuesto a dar un paso al costado y ponerle fin a nuestra amistad.

 

-¿Qué decís vos? -pregunta Lucrecia. Dicho sea de paso, poniendo una cara de asco. Como si el que acabara de hablar hubiese sido alguna especie de insecto repugnante que justo pasaba arrastrándose por la vereda.

 

-Lo que escuchaste. Yo renuncio a Gilberto si vos me prometes que vas a seguir con él y lo vas a hacer feliz.

 

-¡Ay, pero por favor! ¡No me hagas reír, queres! Si todos sabemos que te importa un carajo la felicidad de los demás y con tal de salirte con la tuya sos capaz de matar hasta a tu vieja.

 

-No, pará, Lucre, te estás pasando, me parece.

 

-Vos, te callás. Y mañana vas vale que me compres unos zapatos por lo menos. Con todo este papelón que me estás haciendo pasar.

 

-Está bien, Lucre, pero no sigas lastimando a mí amigo.

 

-¿Lastimar donde Gilberto? Pero al final tu vieja tiene razón: sos un mediocre que se deja manipular por cualquiera. Este tipo se nos está cagando de risa en la cara, ¿sabés por qué? Porque la fuente de alimentación primaria de tu amigo, lo que lo nutre a él: ¡ES LA MALDAD! ¿Cuándo te vas a dar cuenta?

 

-No…Lucre, pará, te estás yendo de tema ¿Cómo le vas a decir eso?

 

Al escuchar estas palabras me quiebro. Me dio mucha vergüenza, tengo que admitirlo.

Lo único que alcancé a hacer fue dar media vuelta y empezar a caminar en dirección contraria. Dándoles la espalda así no me veían mis lágrimas. No le iba a dar el gusto de verme llorar a esta harpía.

Pero les juro que no pude. Estaba destruido.

 

La gente tóxica, dañina, que vive enroscada en su propia maldad, como Lucrecia, seguramente no me va a creer y va a decir que solo estaba fingiendo en un desesperado y ruin plan para darle lástima a mi amigo.

Yo no voy a juzgar a nadie. Cada uno es libre de pensar lo que se le plazca. Lo que si voy a decir es que en aquel momento no puede ni siquiera seguir caminando, así que me senté sobre la calle a llorar. Sin importarme si venía un auto o no. Es más, ojála hubiese venido uno así me pisaba y me moría de una vez. A ver si así algunos eran mas felices por lo menos.

Hundiendo la cabeza entre las rodillas me entregué al llanto. Ya sin importarme un carajo quien me estuviese observando.

Decir que lo que motiva mis acciones es la maldad, fue más de lo que mi corazón pudo soportar.

 

-No, W, pará, no llores. ¿Ves lo que haces, Lucre?

 

-¡Ay, Gilberto! ¡No te das cuenta que está actuando? ¡Pero si hasta yo soy mas creíble en la cama cuando finjo que me dejás satisfecha con ese maní quemado que tenés!

 

*sollozos*

 

-Amor, aflojá un poco querés. ¿No ves como está?

 

*sollozos*

 

-¿E-está llorando en serio?

 

-Dejenme, dejenme… ya se me va a pasar. Lo único que les voy a pedir es que traten de no agredirme, por lo menos por cinco minutos, así tengo tiempo de recomponerme.

 

-No, bueno, pará, ¡No era para que llores así tampoco! -escucho decir a la novia de mi amigo.

 

-Dejá, Lucrecia, todo bien. No pasa nada. Dejame que todavía es como si estuviese juntando los pedacitos de mi corazón porque me lo hiciste pelota.

 

-¡Pero que exagerado que sos!

 

Sin embargo, mis lágrimas no paraban. Mi rostro, una catarata de tristeza y dolor indescriptible.

 

-¿W?

 

*sollozos*

 

-¿Seguís llorando en serio?

 

*sollozos*

 

Al ver que seguía mal, Lucrecia empieza a avanzar hacia donde yo estaba. Si bien estaba de espaldas y con la cabeza agachada, lo pude saber por el sonido de sus pasos. Gilberto estaba parado mí lado, sin saber que hacer.

 

Así hasta que…

 

¡CRACK!

 

De repente, escucho el sonido de un golpe seco. Algo había pasado, pero bueno, tampoco me podía arriesgar a levantar la vista si supuestamente estaba tan mal. Pero entonces oigo la voz de mi amigo Gilberto, que por alguna razón había empezado a gritar.

 

-¡Lucre! ¡¿Lucre, estás bien?! ¡Contestame!

 

-¿Qué pasó Gilberto? ¿Qué fue ese ruido?

 

-Es Lucre, me parece que se resbaló con algo. Le estoy hablando pero no reacciona.

 

Me acerco hasta donde estaba tirada esta chica, y compruebo, al ver su figura desparramada en el pavimento, que efectivamente se había resbalado con algo. Más precisamente con una cascara de banana, que yacía a un pequeño costado de su cuerpo Inerte.

Su novio la seguía llamando, en unos desesperados intentos por reanimarla, pero Lucrecia, a pesar de tener los ojos abiertos de par en par, los mismos se encontraban apagados. Incapaces de ver a ningún lado. Ya no.

 

Estaba muerta.




No hay comentarios:

Publicar un comentario