miércoles, 12 de octubre de 2016

La gente no madura, solo se vuelve más o menos pelotuda


“Tenés que dejar de hacer X cosa y madurar de una vez,” es una frase que más de uno habrá escuchado a lo largo de su existencia no una, sino varias veces.

¿Pero qué significa realmente?

El normy promedio lo define como una transición definitiva en la que una persona deja de ejercer su derecho a realizar una actividad que le gusta, porque a criterio de algún forro con la capacidad cerebral de un cavernícola, ya no tiene la edad para hacerlo. Caso contrario el individuo será calificado automáticamente de inmaduro y excluido del grupo elite de pensadores maduros de la edad contemporánea.

Porque obviamente si Carlos se pasa un fin de semana en su casa jugando con su consola de videojuegos es un inmaduro de mierda con una posible tendencia homicida; mientras que Juan, que somete a sus amigos y conocidos a sus histeriqueos emocionales, haciendo públicos sus problemas en cuanta red social tenga a mano de manera permanente, es la madurez personificada. Porque él es Juan Normy, y mientras el sábado a la noche salga a bailar y en la semana comparta alguna frase de equilibrio emocional que le robe a un amigo igual de subnormal que el, todo piola.

A mi entender, este mal entendido, valga la redundancia, se genera a raíz del trastorno de personalidad que padecen los miembros de esta sub especie humana, que, carentes de todo tipo identidad se ven obligados a adoptar el estilo de vida estándar pre establecido por las generaciones pasadas. Por ende, todo lo que este fuera de esos parámetros es visto como algo inmaduro.

Sin embargo el concepto de madurar per se, pasa por algo pura y exclusivamente subjetivo. Lo que para algunos puede ser inmaduro, para otros puede no serlo, sin importar que a veces el primer grupo sea la mayoría.

Planteemos el siguiente escenario:

Carlos acaba de terminar su jornada laboral y lo único que quiere es ir a su casa a descansar. Es entonces cuando el insufrible de su compañero Juan aparece y lo invita a salir a bailar con el resto de sus compañeros.

Carlos, que mas o menos tiene una idea de en qué consisten ese tipo de salidas, se pone a hacer cálculos y se da cuenta de que si accede (aunque sea para quedar bien con sus compañeros porque salir a bailar es algo que nunca le intereso) seguramente estaría volviendo a su casa a las 7 de la mañana del día siguiente. Y si bien es fin de semana y por lo cual no estaría teniendo ninguna obligación que le exija levantarse temprano, sabe que de todas formas perdería muchas horas de sueño y ese día lo estaba guardando para organizar un par de cosas en su casa.

Por eso mismo Carlos de la manera más correcta decide declinar la oferta de Juan:

“Disculpa, pero estoy muerto y quiero llegar lo mas temprano posible a casa que mañana tengo mil cosas para hacer.”

Automáticamente vemos como Juan se queda paralizado entre una mezcla de asombro y terror indescriptible, ante la sola idea de que un ser humano tenga algo mas importante que hacer que salir a bailar un viernes por la noche.

¿Cómo puede ser que tenga algo mas importante que hacer que salir a bailar y ponerse en pedo? Es inaudito. Debe ser un extraterrestre.

“Pero dale boludo, ¿y que vas a hacer ahora entonces?”

“Ahora cuando llego voy a jugar un poco a la play y después voy a ver una peli. Bien tranqui.”



“Andaaá ¿te vas a quedar jugando a esos jueguitos? No madurás mas.”

Vemos como el sujeto no solo se ofende, tomándose la negativa como un insulto personal sino que además se pone hostil, actuando como un completo idiota sin razón alguna.

Porque si bien Carlos realmente no tenía ganas de salir a bailar, no solo porque la actividad en si no le atrae en lo más mínimo sino que además realmente no tiene deseos de ver a sus compañeros de trabajo más que lo justo y necesario dentro de la jornada laboral, responde de la manera más cortés y respetuosa posible.

Andrés en cambio, que es un sacado de mierda, hubiese sido más directo para contestar:

“No tengo ganas de salir con ustedes porque me parecen repugnantes.”

Un héroe.

Y esto no es algo que ocurra solo con los hombres, en las mujeres muchas veces también se dan este tipo de situaciones:

Tres amigas están reunidas en el living de una casa. Julieta, recostada en el sofá con las piernas estiradas pregunta:

“¿Salimos a algún lado este finde?”

Micaela, que jamás en su vida hizo otra cosa que no sea lo que diga Julieta, dice que si rotundamente, sin importarle si el plan consistía en ir de comprar al shopping o ir a nadar a una pileta llena de cocodrilos.

María en cambio, que tiene dos dedos de frente y está al tanto de que Julieta siempre fue una persona bastante predecible a la hora de organizar salidas, sabe que la pregunta en si ya hacía alusión a salir a bailar a un boliche.

Y lo peor de todo es que sabe que la finalidad de la salida es conocer a algún flaco que la ayude en su plan de despecho contra su novio, porque este la había dejado hace dos días. Seguramente por ser una persona predecible y con no una, sino varias limitaciones. Limitaciones de las cuales Maria está al tanto pero que por una cuestión de respeto y  afán de resguardar la hipersensibilidad de su amiga, se abstiene de comentar.

“Yo paso chicas, este finde prefiero quedarme en casa,” responde María, que estuvo trabajando toda la semana como una negra, había rendido dos parciales y se estaba guardando este fin de semana para ponerse al día con esa serie que había dejado pendiente y en una de esas hasta terminaba de leer El Cuervo, del señor Edgar Allan Poe.

O tal vez no, tal vez Maria tan solo pretende quedarse el fin de semana mirando el techo o viendo un documental re interesante que explica porque los desodorantes hacen “FTSSSSSSSSS” cuando los apretás. Es un tema de ella. Lo que sí es seguro, es que no quiere malgastar una preciada noche de sábado viendo como la pelotuda de Julieta hace un espectáculo de sí misma poniéndose en pedo y terminando sobre el charco espeso de su propio vomito.

Pese a la respuesta racional de Maria, vemos como el sujeto al igual que en el caso anterior se irrita y en seguida se pone del orto:

“Ah bueeeeee me olvide que estaba hablando con la reina de las nerds, seguro que no querés salir con nosotras porque te vas a quedar viendo alguna de tus series. Sos re infantil nena,” grita la mina indignada al tiempo que con el celular se saca una foto por snapchat, agregándose una carita de perro feliz con corazoncitos. Si, una pelotuda.

El error más grande que cometen estos individuos es arrastrar el concepto de madurar per se, hacia un terreno que pasa tan solo por los gustos y costumbres que tiene una persona, como si de alguna forma eso terminara de definir la categoría de la misma.

Capaz un día te cansas de la foto que tenés de perfil en Whatsapp, por lo que entonces decidís cambiarla por la foto de algún personaje que represente a esa serie, libro o videojuego que tanto te atrajo durante los últimos meses. Vas a ver que nunca va a faltar el gil de turno, carente de vida que te pregunte “ay ¿pero no estás un poco grande ya para andar poniendo fotos de dibujitos?” Boah, para hermano, ilumíname un poco entonces y revélame los secretos detrás de la selfie en el baño, enseñame cuales son los mejores filtros para resaltar mis músculos inexistentes y ya que estamos, banca un cacho que busco mi cuaderno y tomo apuntes, pelotudo estresado.


Si el articulo fue de tu agrado y realmente sentís que te ayudo a alcanzar la cima de la madurez, te pido que lo compartas.

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